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  • Foto del escritorJordi Bartra

El sistema educativo

Carrera tras carrera, más cerca del suelo volaba. Incapaz de conquistar su quimera, se vio envuelto en un profundo sueño y, obnubilado, olvidó esa asignatura pendiente. Se hundió en la apatía, contando los segundos, sin mas aspiraciones que las de convertirse en el cronómetro de su tiempo mortal; y así, esperó con presteza el momento en que su reloj se parara. Tan perentorio era el asunto, que tal día se convirtió en una meta para él. Comprendió entonces, que se hallaba ante una nueva carrera, y urgió en él la necesidad de la primería.

Pero si quería salir triunfante del asunto, debía estipular las reglas de tal pugna. Caviló tres noches y tres días, y concluyó que el fin de sus medios, sería dilucidar con pericia todo lo regresivo a su muerte. Esto es, todo lo contable y restante en términos matemáticos, de la distancia temporal entre el ahora y el instante de su deceso: los menguantes pálpitos de su corazón, las decrecientes micras en su estatura, los declinantes pasos en su andar diario… Aunque el cálculo nunca fue su baza, se mostró jubiloso ante tal empresa, pues siendo él creador y árbitro del juego, tendría más posibilidades de salir victorioso. Ante tan ardua tarea, quiso simplificar la cosas y urdió un plan que le permitiera controlar con precisión cuándo moriría. Pero su rol de árbitro se interpuso en su camino, llevándole a estipular una nueva regla. Alterar su fallecimiento, sería penalizado con el peor de los honores: la descalificación.

Así pues, empezó a buscar otras fórmulas que le permitieran determinar todas las cuentas regresivas hasta el día de su defunción. Lo primero, sería anticipar la fecha concreta del deceso, después ya se ocuparía de iniciar los cálculos. Pero deducir esa fecha no estaba en sus manos ni en las de ningún mortal, pues hombres más doctos y de mayor lucidez, tampoco hubieran podido vislumbrarla aunque se les hubieran concedido más vidas. Por ese motivo, decidió que lo más inteligente sería empezar a contar, y así, esperaría hasta el día de su muerte para esclarecer los resultados de sus cálculos. Cuando la blanca luz empezara a nublar su juicio, justo antes del último pálpito, podría al fin saldar sus cuentas y ser el primer hombre en dilucidar todo lo matemáticamente acaecido entre su muerte y el instante en que quiso saber cuándo sucedería.

Pero, y si su óbito se manifestara tan inesperado y repentino, que no le dejara racionalizar su situación? Y si fuera víctima de una enfermedad degenerativa, que le hiciera perder conciencia sobre lo que se había propuesto? Sería como caer rendido ante la meta. O peor. Sería como si la meta hacia la cual uno corre, desapareciera sin siquiera uno darse cuenta de ello.

Y así, volvió al punto inicial de sus divagaciones. A la apatía y a la obnubilación. A dejar de luchar para alcanzar una meta, que por muchas carreras libradas y experiencia contenida en su bagaje, seguía mostrándose inalcanzable. De nada servían esos conocimientos ante tal quimera. De nada servía cavilar en busca de soluciones. De nada serviría, si las encontrara, alardear en busca de crédito.

Pero quién le haría entender esto a un chico sin amparo, víctima de un sistema educativo, que le había enseñado a sumar, pero no le había enseñado a vivir.

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